Ana Lydia Vega
Una de las escritoras más reconocidas de Puerto Rico
es Ana Lydia Vega. Ana Lydia Vega nació
en Santurce, el 6 de diciembre de 1946. Desde la pequeña edad de los
siete años, Ana Lydia descubrió su pasión por la poesía, cuentos, composiciones
y novelas. Estudió artes en la Universidad de Puerto Rico; y obtuvo su maestría
y doctorado en la Universidad de Provence en Francia. Después de terminar sus
estudios, la escritora decide regresar a Puerto Rico y trabaja como profesora
en la Universidad de Puerto Rico. En 1981 escribe, con Carmen Lugo Filippi, Vírgenes
y mártires. Luego, publica dos libros: Encancaranublado y otros cuentos
de naufragio, y Pasión de historias y otras historias de pasión.
Ana Lydia Vega, como muchos de los escritores de la
generación del 70, se preocupa por los asuntos de Puerto Rico y la búsqueda de
la identidad puertorriqueña. Sus obras contienen comentarios políticos, sociales
y críticas a la sociedad puertorriqueña, con argumentos considerados
conservadores y neo-nacionalistas. Por medio de sus escrituras, desarrolla los
conceptos de la identidad nacional y la patria. En uno de sus ensayos,
“Llámenme Gloria”, urge a los puertorriqueños a no olvidar su historia y a
regresarle la identidad a su “bandera revolucionaria”. Además, en Encancaranublado,
la puertorriqueña discute la búsqueda de la identidad nacional en el
Caribe. Ana Lydia Vega por medio de sus obras, incita a los puertorriqueños a
la búsqueda de su identidad como nación y a protegerla ante cualquier amenaza.
Llámenme Gloria
EXCÚSENME SI empiezo por
presentarme. Aunque llevo más de cien años ondeando bajo el cielo de esta
hospitalaria Antilla, razones tengo para pensar que sigo siendo, entre ustedes,
una total desconocida. Aquí donde me ven, acabo de celebrar mis dos siglos y cuarto
de vida. Saquen cuenta los incrédulos.
En 1776, el general George
Washington me declaró estandarte del Ejército Continental que puso a correr
como cucarachas a los ingleses. Todavía en aquel momento no me engalanaba la
brillante constelación que más tarde vendría a realzar la sobria elegancia de
mis franjas rojas y blancas. Un año después, el Congreso de los Estados Unidos
premió mi distinguidísima carrera subversiva ascendiéndome al pabellón nacional
de la primera república de las Américas. Salí pues de las humildes y laboriosas
manos de doña Betsy Ross cosida, lavada y perfumada para mi estreno mundial.
Soy, por si no lo sabían, la bandera revolucionaria más antigua del hemisferio
occidental.
Cuando la posibilidad del regicidio
ni siquiera rozaba la imaginación de los europeos, ya yo inspiraba sueños de
rebelión en las 13 colonias británicas. Mi histórica gesta fue -si se me
permite esa pequeña inmodestia- ejemplo libertador para los miserables de
Francia, los esclavos de Haití y los criollos latinoamericanos.
Admitan, a la luz de mi apasionante
biografía, que el simpático apodo de "Old Glory" me sienta de
maravilla. Me lo endilgó mi amigo el capitán Driver, a quien por siempre le
agradeceré el haberme salvado el pellejo durante la guerra civil. Mención
especial también merece Francis Scott Key, autor del célebre poema promovido a
himno que acabó de consolidar mi estrellato. Con semejante pedigrí, les juro
por la Campana de la Libertad que siempre viví en la absoluta certeza de un
futuro decente.
No estaba nada preparada para el mal rato que la historia me
tenía en remojo. Cuando rugieron los cañones de la Guerra Hispanoamericana, se
revolcaron en sus tumbas los Founding Fathers. ¡Qué escándalo sin precedentes!
¡Los inventores del independentismo, los campeones del anticolonialismo
convertidos, poco más de un siglo después, en vulgares invasores de islas
indefensas!
Intentos de tapar el cielo con la
mano no faltaron. Mientras los más hipócritas invocaban la solidaridad
internacional, los más cínicos se amparaban en la doctrina del Destino
Manifiesto. Y todos continuaron, felices y contentos, celebrando el 4 de julio
con fuegos artificiales. ¿Para eso fue que me engancharon, a son de trompetas,
las tropas del general Miles en las astas mohosas que dejó vacante la bandera
española? Cada vez que me acuerdo, se me quieren caer de vergüenza las
estrellas. De tanto abuso que presencié, me agarró una depresión galopante.
Perdí la alegría de flotar. Me dejaba izar y arriar sin entusiasmo mientras
meditaba franjibaja sobre las contradicciones genéticas del homo americanus.
Un buen día, abrí los ojos y vi que
no estaba sola. Allí, mirándome de lo más carifresca, daba bandazos al viento
una especie de cruce entre la bandera de Cuba y la de Texas. Me pareció
increíble que fuera la de Puerto Rico. Delante de mí, por lo menos, nadie había
proclamado ninguna independencia. Confieso que me alegré. Bastantes
sufrimientos le había costado a la pobre llegar a treparse en ese palo. En los
49 años que llevamos juntas, no he hecho más que escuchar su lamento borincano:
que estuvo más de medio siglo metida en el clóset; que los mismos que la
sacaron luego la persiguieron; que los del otro bando igual la fastidiaron; que
todavía hoy, cuando por fin la reconoce el pueblo entero, tiene que seguir de
rabo mío, colgada como un cero a mi izquierda... Yo la dejo pataletear y
desahogarse sin decir ni esta boca es mía. A estas alturas, no estoy para
meterme a sicóloga. Sépase, por si las dudas, que yo también tengo mis traumas.
Sospecho que me estoy quedando ciega. O, a lo mejor, me estoy poniendo vieja.
Lo cierto es que me resulta cada vez
más difícil distinguir a mis fanáticos de mis críticos. En realidad, de un tiempo
para acá, me asustan muchísimo más los primeros. Aquellos que se esgalillan
vociferando insultos en defensa mía, los que me agitan como pandereta de
parranda y hasta me encaraman con grúas en los postes de la luz, me lucen mucho
más alejados de mi credo que los que antes me desgarraban o me pegaban fuego en
nombre de la justicia.
PÓNGANLE EL sello: la estadía
prolongada en una colonia termina por nublar el entendimiento. Eso me
cantaletea día y noche mi colega la monoestrellada.
Mientras tanto, la banderita azul
celeste de Isla Nena se ha ido aguzando. Últimamente, le ha dado con invitarme
a la desobediencia y créanme que lo he considerado. Estoy loca porque se vaya
la Marina, a ver si se me cicatriza la autoestima.
Antes de despedirme, estimados
amigos y vecinos, permítanme un pequeño consejo. En vez de estrujarme y
zarandearme como a un infame trapo de fregar, descubran mi verdadera identidad
de bandera libertaria. Y, por aquello de ayudarme a rescatar mi
"standing" ancestral, háganme un gran favor: llámenme Gloria.
-Daliana Tirado